sábado, 24 de septiembre de 2022

Y el Nuevo Mundo... ¿dónde está? (2)

Ustedes tal vez no lo recuerden, pero no hace mucho tiempo, había algo premonitorio revoloteando entre los iones y los céfiros, un ¨yo te lo dije¨ zumbando en ciertos gestos apurados o, todo lo contrario, en una parsimonia inusual que daba la impresión de estar acumulando reservas de paciencia y energía ante el enésimo sacudón que aparecería inevitablemente gracias a las deficiencias de los mismos de siempre. En aquel entonces , había una antesala de algo que se venía cantando hace tiempo en los bares, en las intimidades más lúcidas y en su polo opuesto, el de los medios de desinformación masiva, cuando no, que luego comenzaron a magnificar los titulares con alarmas y neones, una manera siempre burda de mantener a los consumidores bebiendo de las tetas del miedo. Y, en medio de todo eso, la sensación espesa que producen las películas de zombis y de todos los apocalipsis juntos, bodrios repetitivos que ya con la musiquita te adelantan el guion, incluso las que cuentan (o descuentan) con una escenografía y unas actuaciones que rozan la tragicomedia, aunque tengan el plus de una noche rara, fría y ventosa de los principios de un otoño del año 2020. Ustedes tal vez no lo recuerden, pero en una época no muy lejana, la gente, durante aquellos primeros días, se aventuraba a los balcones para aplaudir a los galenos que arriesgaban sus vidas por nosotros, cobrando muchísimo menos dinero que cualquier diputado que ¿trabajaba? por zoom. Ustedes tal vez no lo recuerden, pero todo eso sucedió y ya lo estamos olvidando.

El tiempo fue lento como pocas veces y las malas decisiones ajenas se metían, literalmente, en el living, la habitación, la heladera, en los presupuestos que se iban agotando mientras estaba prohibido trabajar. Te lo cuentan ahora y parece el boceto de un libro descartado por Orwell o Bradbury, pero aquello sucedió y estuvimos inmersos hasta la médula, con templanza de samurái zen devoto del Tao o el feng shui, había que tener la cabeza y el hogar bien ordenados para soportar lo que vendría. Y un cuerpo bien entrenado.

¿Y si yo tenía ganas de  ponerme a dar clases multitudinarias de spinning punk con todos los de Sumo sonando al palo? ¿Podía? No, no podía. Juventud, divino tesoro, sobre todo si uno siempre lo hizo y lo hará extensivo a los horizontes del tiempo. Fue duro, damas y caballeros, durísimo, todos  estuvimos ahí, todas la parieron como si fuese el eclipse que trae algo nuevo, pero tóxico e incierto. Así las cosas, se barajaban varias opciones: quedarte acostado, sentado o parado. Si estabas acostado podías contemplar un cielo más bien fusco con muy pocas posibilidades. Si estabas sentado podías ser el rey de los matices. Si estabas parado podías hacer ejercicio, tender una mano, ayudar. Rebelión era una palabra polémica que también, llegado el caso, sonaba muy bonita, sobre todo cuando nos enterábamos de los casos de Solange, de Facundo, de Magalí, de Franco, de Lara, de Abigail, de Luis y de los cientos de miles de personas (con todos sus inmensos derechos humanos y la sagrada Constitución en la mano) que fueron humilladas durante la Cuareterna Medieval, autoritaria e ineficaz como casi ninguna otra en el mundo. Melbourne tuvo la más larga, dejando a ese desacierto monumental en segundo puesto, algunos intransigentes probablemente lamenten ese dato.

Hablando de las mitocondrias… ¿qué se podía hacer con ese/a maravilloso/a/e amigo/a/e acérrimo/a/e, con esa/e/o querida/o/e amiga/o/e o ese/o/a querido/a/e familiar que parecía ciego/a/e, sordo/a/e y mudo/a/e? ¿Qué se podía hacer con esas/es/os afectuosos/as/es obsecuentes/as/os? que defendían lo indefendible? ¿Qué se podía hacer cuando te dabas cuenta que los socavaba el rubor ajeno debido a la inoperancia e hipocresía de sus líderes/as? ¿Qué se podía hacer cuando te enterabas que se enorgullecían (¡y encima lo difundían por sus redes sociales!) por haber denunciado a un vecino deprimido que salía a respirar un poco de aire para no enloquecer dentro del monoambiente que alquilaba en Buenos Aires, Córdoba o Rosario junto a su mujer y sus dos hijos, todos desempleados? No mucho más que compadecerlos y abrazarlos. Eso es lo que se podía hacer y se hizo con estos seres, muy buena gente, probablemente, incluso con muy buenas intenciones, pero que daban a entender que estaban un tanto... confundidos/as/es, personas con una indignación selectiva que se destrababa según soplase el viento, seres/as/os? muy nobles/as que esperaban para ver y leer las directivas del rebaño/a/e y así poder repetir mansamente el cotorreo de turno. ¿La opinión personal, libre, independiente? Bien, gracias, pero allí brillaba por su ausencia. Compadecerlos/as/es, quererlos/as/es, intentar comprenderlos/as/es, darles, con ese gran gesto de paciencia y bondad, Amor Verdadero, Amor del bueno, Amor del que se bebe de las fuentes primigenias, el de Cupido, el de Siddharta, el de Julieta hacia Romeo y viceversa, el que no se usa como estratagema para ganar un voto o generar, qué curioso, el odio tan mentado al que se recurre para dividir e intentar mal reinar.

Querer abrazar y no poder hacerlo, para luego enterarnos que quienes supuestamente tendrían que haber dado el ejemplo festejaban con banquetes (bancados con la nuestra) y besos y abrazos. Gente pasando penurias, hambre y desesperación mientras un perro muy mimado y pariente de Lassie comía toneladas de alimentos Premium, también pagados con nuestros impuestos. ¿El boceto de un mal cuento descartado por Chejov? No, la triste realidad Argentina durante el 2020.

Cuando a mi, en los ambientes del funky, del rock, me preguntaban si los Redondos o Soda yo siempre contestaba Sumo. Algo parecido me pasó en ese despropósito que fue el aislamiento infumable y obligatorio, que parecía conminarte a estar en el Boca y River de la supuesta derecha que hace cuentas, o el de la supuesta izquierda que hace cuentos, o en ese centro soporífero que ve con morigeración el lento y perezoso vuelo de las moscas piponas. Que manía esa, la de querer ubicarte dentro de un conceptito binario que intentaba obligarte a estar a favor del llamado socialismo (¿acaso aquel ¨sui generis¨ importado de Italia que, se dice, habilitó el ingreso al país de un montón de jerarcas nacionalsocialistas?) o a favor del llamado capitalismo que no pudo, o no quiso y aún sigue sin encontrar una solución concreta y expeditiva a la pobreza congénita de este país. Pero qué testarudez, la de querer imponerte el estar a favor del pavo real del turno actual, o el pavo real del turno anterior. Naranja, señores, yo llevo ese color, el preferido de mi infancia, el color con el que a mí me gusta reverenciarlo a Buda y de ahí no me muevo, o me muevo apenas porque siento que me elevo (un poquito, un milímetro) cada vez que practico sus enseñanzas, lo suficiente como para darme cuenta que esa grieta es una artimaña para dividirnos y seguir engordando la megalomanía, los bolsillos y la inseguridad de la oligarquía política. Punto y aparte. O seguido. Y así la Magia, la que había que reinventar a diario para poder funcionar, no enloquecer, ni desesperar, colaborar con los que flaqueaban o caían rendidos mientras las balas covídicas pasaban lejos, cerca o no pasaban cuando nos zambullíamos adentro de la Fortaleza de los nuestros, que fue infinita. Hubo Hermandad. Hubo Cofradía. Hubo Comunidad. Ustedes ya lo saben, damas y caballeros.

Mientras tanto, en las rutas argentinas, solo pululaban los polis y los afortunados con permisos muy dudosos. Permiso. Había que pedir permiso para casi todo, caso contrario el apercibimiento era contundente, cualquier semejanza con una época cercana y siniestra  de nuestra Historia…¿era pura coincidencia?.  Recuerdo la visita de una amiga ¨con permiso¨ para circular, una rara avis entrañable que había votado a los gestores de la Cuareterna, pero que tenía una apertura mental admirable para desmenuzar cada uno y cada cual de los innumerables atropellos que en aquel entonces se estaban cometiendo. Recuerdo que salimos a fines de aquel invierno, luego de largos meses de encierro, a dar, por fin, una vuelta por las rutas y los pueblos semi vacíos: la sensación era la de ser unos marcianos en medio de un laudo lunático. Fuimos recorriendo las orillas de un río y, picnic austero mediante, nos detuvimos a contemplar y a filmar el reflejo de los árboles, el reverberar, el agua quieta y extraña, allí comentamos algo sobre el correr de un gran velo y los descubrimientos, el nuevo mundo que se avecinaba. Hablamos sobre vacunas, cyborgs, microchips, ciudades inteligentes, trabajos que iban a ser realizados casi exclusivamente por robots. Tuvimos una conversación muy técnica, pero también jocosa mientras imaginábamos cielos de colores imposibles. De repente, un sonido, un chasquido. Algo se movió en el agua, algo muy real y concreto: era un pez, pequeño, diminuto, nadando libre, sereno, ni a favor, ni en contra de ninguna corriente.

(continuará)


Texto y video (inéditos): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos