Año 1950.
Cicatrizan heridas causadas por la segunda gran guerra mundial. Alberto Carlos
Bustos, joven municipal de temperamento artístico, festeja sus veintiséis
primaveras contrayendo nupcias "urgidas" con Débora Dora del Basto
quien, un mes más tarde, dará a luz a Salvia Officinal Bustos del Basto, nombre
ácrata acordado por ambos progenitores en humilde homenaje a la milagrosa
planta medicinal que lleva ese nombre. Tengamos en cuenta que ya en el siglo
séptimo antes de cristo, los sabios de Salerno inmortalizaban al vegetal
antedicho con aquel laudatorio rezo, posteriormente secular: -"¿cur
moriartur homo cui salvia crescit in orto?"-, que en nuestro idioma
vendría a significar: - "¿cómo puede morir un hombre en cuyo huerto crece
la salvia?"-.
Un mes más tarde, su felicidad se troncha abruptamente. El 31 de diciembre fallece su querida esposa Débora Dora del Basto, víctima fatal de los primeros ruleros eléctricos de fabricación italiana introducidos en el país. Con ella parte al más allá la pequeñita Salvia Officinal, ya que el accidente se produce cuando su desafortunada madre la amamantaba sin calzado de goma. En éste jocoso relato no está ausente la desgracia. Como en la vida misma, ¿vio? A raíz del desdichado acontecimiento, Bustos sufre una pérdida absoluta de memoria, acto reflejo que se repetirá ante cada desgracia vivida. Su existir se tiñe de amnesia, pero, gracias a ella -a la amnesia-, nuestro hombre evita el quiebre de su corazón.
Transcurridas las siguientes setenta y dos horas, Bustos, asume su patología y decide confiar en todos aquellos que le aseguran ser sus amigos. Pero, aun habiendo perdido la memoria del horror inmediato: ¿Es posible ser feliz en soledad cuando se ha probado vivir junto a un ser amado...? ¿La memoria del cuerpo, resiste la ausencia del estímulo vital sin reclamarlo? No. No en los seres vivos. En los muertos ya es otro tema. Pero Bustos vive y seis días más tarde conoce a Clara Beter -varios años menor que él, aunque ejerciendo desde los dieciséis-, a la que, en un arrebato pasional, le declara su amor y le presta o cree prestar dinero, del que se olvida (por lo de la amnesia), ignorando que Clara no es de devolver. Pero la cosa va bien, funciona, y el 20 de enero ya intimaban profusamente en un pisito que ésta alquilaba en el edificio de la Confitería del Molino, frente al Congreso de los Diputados. Todo fue fulmíneo.
El 22 (jugarle a la
quiniela), anunciaban a los conocidos de Bustos que vivirían juntos. Nadie se opuso
-ni los más moralistas-, porque vieron en Clara, la clara opción que el cielo
les brindaba para mantener a Bustos vivo y feliz. El concubinato se prolonga
más allá de lo previsible, pese a algunos agoreros. Luego de una terrible
crisis que amenaza con disolver el vínculo amoroso, Bustos escribe:
¡Qué momentos difíciles, mi amor!
¡Qué momentos difíciles y absurdos!
¡Qué poca diversión nos toca!
¡Qué poca tierra que pisar y cuánta grieta!
Es un murmullo lo que escucho; muy lejano
Y no sé si es del futuro o del pasado,
esa voz, que casi no distingo...
Parece un himno, ¿no...?
Esa voz...
¿Podrás diferenciarla de las otras...?
Silencio, ahora... no la escucho...
¡Qué momentos tan tristes, compañera!
¡Qué poca ayuda, solitaria compañera!
¡Qué agonía ésta del mirarnos a los ojos
y saber que todo está en contra!
Que nos queda la quimera solamente,
y ese sueño gris, que nació blanco,
y ese "a pesar de todo" que nos une,
aunque no nos fortalezca
Quiero definir ese murmullo
que te dije, escuchaba...
Busco la palabra y no la encuentro
Y es que no es en el afuera, es tan adentro,
que de tan adentro es lejos, compañera...
¿Es un canto de gloria?... ¿Un salmo?...
¿La mayúscula palabra de un poeta?...
¿El gorjeo errante de un gorrión inquieto?...
¿Un silbido tenaz?... ¿Una diadema
brillante, límpida; azulada?...
¿Un pan horneado en terquedades?...
¿Una fantasía abyecta?... ¿Una mirada?...
¿Un milagro de amor?...
¿Será una idea...?
¿O es un monólogo de miles de gargantas
clamando a esas deidades
que trepan hasta el
Norte,
alimentándose del Sur, raizgón y tierra...?
¡Qué sublime canto, tierna amada...!
¡Caballito de madera...!
¡Polvareda...!
¡Qué intento de salto hacia un poema,
que se eleve con tu nombre, campo afuera,
y lo confunda en algún cardo, en una piedra!
Ahora, no lo escucho, compañera...
¡Y qué terrible soledad nos exagera!
¡Tan lejos nos sentimos, pequeña artista mía,
sin esa melodía...!
¿Será el verso de un poeta milagrero?
¿Será el lento germinar de una semilla?
¿O es aquella invitación al cielo,
que nos prometen desde siglos tantas biblias?
¿Y qué música es esa, mi amor mío,
mi querida queridísima, mi lecho...?
¿Qué es esta melodía tan poblada
de naceres y entierros, sequías y humedades,
y llantos, y sonrisas...
La escucho, de tan lejos, tan adentro.
“Canción de la vida a pesar de todo”. (Urbana de poema) Letra y música: Alberto Carlos Bustos Aires. Septiembre, 1952.
NOTA DEL AUTOR: Para reemplazar el pentagrama Bústico (ilegible una vez más), Righi, Luque, Giménez, Grassano y quizás Guanella, recrean una música y unos coros que hubiese envidiado crear el mismo Bustos, sin duda. Incluso llegamos a grabarlo con la Típica, pero salía mucho mejor en vivo. Porque en la grabación, al tratar de encuadrar los coros con la voz central, al hacerlo por separado, quedó todo más lento que el caballo del malo. En fin: otra vez será.
Desde Madrid, decimoctava entrega . Texto y ficción
(inédito): Miguel Ángel Solá
Dibujo (inédito, a sus 6 años): Nicolás
García Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los
Verdes Paralelos