Bustos se va del
pisito que los apaparruchara durante dos largos años. Deja el Congreso y se
muda al Parque Centenario, que ahora vendría a ser Bicentenario. Y allí, luego
de escribir y escribir y escribir textos como éste:
¡Ay... el amor... el amor... el amor...!. En sus movimientos baila la suavidad de la seda o la aspereza de la roca viva...
El amor... el
amor... tangible o intangible, según año, mes, semana, día, hora, minuto,
segundo...
Si no sintiéramos
esa multiplicación rítmica de tactos y contactos, poco sabríamos del amor.
¿Adivinanza...? ¿Ciencia...? ¿Qué es el amor...? ¿Lo real...? ¿Lo irreal...?
¿Ese juego de combinar un poquito de alegría, un atisbo de locura, un choque
continuo entre latires y razones...?. El amor... Todo huye en el amor; hacia la
muerte; hacia la divinidad... Conozco del amor su respiración, el contacto
estrecho, su olor elemental, el beso delicado-delirante-delicioso-degustado, el
instante del instante en que se plasma como quiere, y toda la poesía de la
historia cifrada en esta ilusión, en esta memoria... Un abrazo, un beso, una
caricia, es todo lo que puedo para retener al amor; ahí, enclavado en la mitad
de lo conocido, amamantándonos. El amor: la primera y última vez de lo que
existe... Le pido al no sé quién oculto que alumbra y chamusca nuestras manos
de tocarlo, que diga de una vez por todas: qué nos quita y qué nos pone en el
amor. Amor. Amor. Amor. He aquí la soberana, tremenda, arriesgada palabra tan
pocas veces merecida... falsa etiqueta de tantos... robo diario de casi todos.
“Del amor”, de Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires. 1955.
Y éste otro:
Sé que nada es para siempre,
no hay herida que no cierre,
pero el alma se destroza cuando siente...
Y el trabajo de acallarla,
se hace absurdo, tragicómico, incoherente...
Ahora todo es inseguro,
soy distinto a como fui,
un camión de sentimientos
me arrolló, y me dejó así...
Enancado a los gemidos,
sumergido en los olores de tu adentro...
¡Quietas manos...! ¡Quieta boca...!
¡Quieta loca sinrazón...!
¡Que esa sangre vuelve sangre a quien la toma...!
Y empapa la tierra. Y parte la roca.
Y entibia de ayer la memoria que es hoy...
Ya fui chico, soy un viejo,
casi Dios cuando te pienso,
más que un hombre,
bautizándome en tu cuerpo...
Pero escapo a esta ilusión
porque me enfrenta al derrotero de lo eterno.
Y aunque suene incomprensible,
¿puedo menos que quererte?
Recordarte es emoción descontrolada...
por las húmedas miradas que invitaban
al festín de conocerte...
¡Quietas manos...! ¡Quieta boca...!
¡Quieta loca sinrazón...!
¡Que esa sangre vuelve sangre a quien la toma...!
Y empapa la tierra. Y parte la roca.
Y entibia de ayer la memoria que es hoy...
Y este miedo anticipado,
todo lo hizo complicado,
y en tu ausencia, el corazón temió a lo blando...
Porque el hábito ya sabe subsistir
entre latidos sosegados...
Si te digo que fue amor,
lo que te transformó en canción,
que fue más que un repentismo de mi sexo...
Que al soñarte, revivieron mis sentidos,
que aún me pasa, todo es cierto.
Pero... ¡Quietas manos...! ¡Quieta boca...!
¡Quieta loca sinrazón...!
Que esa sangre, vuelve sangre a quien la toma...
Y empapa la tierra. Y parte la roca.
Y entibia de ayer la memoria que es hoy...
también.
“Sinrazón” Letra y música de Alberto Carlos Bustos Buenos Aires. 1952.
Y este otro también:
Darás vueltas en la cama,
y harás huevo como toda la semana.
No estarás en tu trabajo,
y estudiar se irá a la concha de su hermana.
Nadie. Nada. Nunca. Basta.
Como el tren a Antofagasta
volarás por esas nubes
de deseos ya confesos;
quieres besos hasta el miedo... ¡Ay...!
¡Quieto sol...! ¡Vuelve a tu lugar !
¡Qué tristeza...! ¡Cuánto olvido en esa mesa !
¡Cuánto baile habrás perdido, vil amigo,
por cervezas! Que se apilan como ganas.
Si viniera... Si se abriera -puta puerta-, y curioseara,
tus adentros partirían la montaña en dos...
Bruta crin galoparías... ¡Ay...!
¡Quieto sol...! ¡Vuelve a tu lugar !
Roja lengua, puede hablar la maravilla
de ser silla bajo el tajo de crear;
o as de basto en la baraja, acariciado hasta desmayar.
Horas menos son quinquenios para vos, ya sé, mirón,
y este siglo es el minuto que pasás sin abrazarte
a esa rosa, pan redondo, pezón tibio...
Vos pensá que está buscando excusas para regresar...
Y ya no escribas ni una letra, vil amigo,
que la puerta está entreabierta,
que la puerta está entreabierta,
que la puerta está entreabierta
y oigo ruidos...
¡Quieto sol...! ¡Vuelve a tu lugar !
“¡Quieto sol!”.
Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires. 1952.
Y cuatrocientos
doce más, indescifrables por haberlos metido en el lavarropas -consciente o
inconscientemente-, no hay testimonios de lo ocurrido, pero sí de lo leído por
sus allegados y todos coincidiendo que la pérdida era un irreparable daño a la
cultura universal, Bustos vuelve a generar su amnesia salvadora.
Desde Madrid, vigésima entrega . Texto y ficción
(inédito): Miguel Ángel Solá
Dibujo (fragmento inédito, a sus 8 años):
Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los
Verdes Paralelos