Defensa irrestricta de la propiedad privada. (Presa
de un mutismo inusual, y una tristeza irreconocible, se presenta ante el jurado
la señora Dellapianetti, viuda de Dirckman, para informar escuetamente que “su
otrora querido esposo, le había dicho al finalizar la semana anterior: -Salgo a
comprar tabaco para la pipa y regreso, cuida bien de las gemelas”. “Isaletta -le
explica pacientemente la viuda al Sr. Pilatos-, imposibilitada de crecer más,
ha mutado de organismo animal unicelular a bicelular”. Él le responde que, dada
su profesión de observador filodentado, ve en ello la causa y efecto de que
“Isaletta sea hoy dos sólidas hembritas de cuatro años, llorosas y calvas
(herencia Dirckman) de cuarenta y tres kilos cada cosa. “Con todo mi respeto a
su actual condición -añade como al pasar-, usted sabe de lo que le hablo”, dado
que “siempre he observado atentamente -tal mi profesión-, su respiración ansiosamente acongojada al dar
de mamar”. Que él “creía que sus pechos -los de la Sra. Dellapianetti- eran
responsables de una sobrealimentación extrema debido a su grandeza de alma”; y que
“ardía en deseos de probar esa hipótesis y transformarla en tesis”; que “no
titubeara un instante y dividiera en dos el nombre de Isaletta para suavizar el
efecto de la multiplicación física que se había operado contra natura” y que “no
dudara que ambas eran hijas suyas” -de ella-, y como si se tratara de un
apéndice del tema “siempre sospeché que el Judeo-Masón, refiriéndose al
recientemente fallecido Dirckman, sólo era un *ave de paso*, por las miradas
lujuriosas que ella le dirigía a él -Guadalmiro Pilatos-, ante el sagrado acto
de ofrecer su alimento”-, a punto estuvo ella de enfadarse, cuando Pilatos agregó,
rápido como una liebre: “Está usted muy guapa”. Esta frase, dicha con
interesada convicción, sumada a ese acceso directo al conocimiento empírico que
Pilatos le proporcionaba, espoleó la curiosidad de la señora Dellapianetti,
quien, tras algunos devaneos orales y múltiples sonrisas enciáticas, se
comprometió a acudir a la próxima conferencia en la que él disertaría sobre “El
valor del terrón de azúcar en el cono Sur”. Tras felicitarlo a la salida del
evento, la señora Dellapianetti, colgándose decididamente de su antebrazo y
refregando sutilmente su doble busto en la chaqueta del conferencista, mientras,
sin parar de hablar ni sonreír, le hacía notar que “a ella le llamó poderosamente la atención
la desaparición misteriosa del pobre finado, dado que él no fumaba, y, además,
era tesorero de LI.AR.CON.El.VI.NO.SO.CU.FU.ES. “Liga Argentina contra el vicio nominal sea cual
fuere éste”. Y también que,” junto a su cadáver, hallado en Sicilia, los
forenses habían encontrado una prótesis dental y un gorro de torero y nada más.
¡Ni una línea para ella, ni para sus
hijas, que no son dos, sino tres… Guadalmiro, tengo que contarte algo, dijo
abriendo su boca y lanzando seis o siete burbujas de felicidad!” Pilatos
observaba y asentía con gruñidos, babeándose al recordar las tetas
tridimensionales que alimentaban a Isaletta. Harta de hablar del pasado, su siguiente
paso, previo roce indiscreto con las que ya sabemos, fue una indirecta serie de
sonrientes preguntas a boca de jarro sobre el futuro: “¿Está usted casado?,
¿comprometido?, ¿hijos?, ¿casa propia?” Ante los gargarismos de él, que
delataban negativa tras negativa, ella agregó: “Me cuesta tanto estar sola.
Estoy tan cansada de ser viuda”.
Esa misma noche, uno y otro, consumaron un amor
postergado por “la insistente presencia del idiota e irresponsable ése, que hoy
paseaba por el otro mundo, tras dejarla viuda e indefensa y tironeada por esas
dos depredadoras que no dejaban de pedir alimentos, ropas y viajes”, entre
burbujas de la tercera. Al día siguiente, tras una noche de sudor y lágrimas, la
señora Dellapianetti, viuda de Dirckman -luciendo su anular despojado del
anillo que la uniera al ya enterrado sin más testigos presenciales que dos
sepultureros bajitos allá en Sicilia-, pide un minuto de silencio in memorian
de su ex marido, y mientras todos permanecen en silencio, ella presenta a
consideración la moción siguiente a votar. Sorprendidos por el brusco cambio de
tema y ante la admiración y el babeo irrestricto de su “verdadero amor, ese que
logró rescatarla del caos y la incertidumbre”, los jurados votan... “¡Cuánta
dulzura y alegría desparrama su ninfa al hablar! ¡Me ama!”, medita Pilatos,
mientras vota por La defensa irrestricta de la propiedad privada. Cinco a
favor, sin contras ni abstenciones, piensa ella sonriendo a diestra y
siniestra-; o era Pilatos o era el finado el que se abstenía. Ya lo
sabré. Los hombres se delatan tarde o temprano, aún muertos) (Bustos, que no
tenía idea de propiedad privada, compone, sin letra, la música de “No
pasarán, aunque se pasen”, y la inscribe en el concurso, que ya llevaba
casi nueve años desarrollando sus bases.)
NOTA DEL AUTOR: Le ha sido imposible a este humilde escribiente hallar
copia legible del documento en cuestión. Pasemos al siguiente tema y no demos
más vueltas.
Desde Madrid, cuadragésima quinta entrega.
Texto y ficción (inéditos): Miguel Ángel Solá
Dibujo (inédito) a sus 8 años: Nicolás García
Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los
Verdes Paralelos