miércoles, 22 de octubre de 2025

Grillo / Homenaje a Félix della Paolera

Lo evoco sentado, en la casa de Ali y Betún, mis abuelos, en un sillón de cuero, fumando su pipa. Casi siempre sonaba jazz de fondo y el ambiente estaba envuelto en una nube de humo aromático, sus ojos casi transparentes, entrecerrados, levemente encorvado. Hablaba con voz profunda, las palabras salían a borbotones, pero su ritmo era calmo. Siempre hacía repetir un verso, a nosotros, sus sobrinos nietos más pequeños:

E peluquero Martino/ que corta como un primor/ el pelo a lo Humberto Primo/ la barba a lo Napoleón.

Cada vez que lo veíamos, cuando venía su hijo Martin, nos juntábamos todos a comer asado, regado con whisky, licor, vino y más pipa. Sufría de una extrema sensibilidad auditiva, entonces pasaba siempre las fiestas en Valeria del Mar, donde tenía su departamento, que fue proveeduría de esa localidad costera. A una cuadra de la playa, con vistas al mar y al jardín perteneciente al edificio El Horizontal, uno de los primeros edificios del lugar.

Había comprado el local que era, casualmente, la librería El Grillo, que él fue convirtiendo de a poco en proveeduría. Allí se podía conseguir de todo, desde el diario que venía de Mar del Plata, hasta artículos de bazar, camping, pesca, kiosco, revistas y alimentos. Mi abuelo Betún, gran amigo suyo, cortaba botellas de vino con hilos empapados en alcohol; luego lijaba los bordes para convertirlos en vasos, que pintaban con un sténcil, que decía “Recuerdo de Valeria del Mar”, y se vendían bien, según mi madre.

Pasaba en la playa muchísimos meses, trabajando en alguna traducción, escribiendo. En  sus caminatas larguísimas por la orilla, con su sombrero de paja de ala ancha, juntaba caracoles extraños, estrellas de mar, animalitos secos y otras curiosidades que traía la marea. Más tarde, enganchados en redes de pescador, los fue usando para decorar las paredes del local, devenido en departamento. Toda la vajilla de su casa fue rescatada cuando el viejo Hotel Ostende estuvo enterrado, durante años, abandonado bajo las pesadas arenas y medanales. En su biblioteca de Valeria predominaban las historias policiales.

Luego, cuando fue más grande, los fuegos artificiales y petardos llegaron también a la costa, con el crecimiento turístico exponencial de Valeria, Pinamar y Cariló; entonces pasaba las Navidades con nosotros, en Adrogué. Era tanto lo que sufría los ruidos, que estaba toda la noche con algodones en los oídos y grandes auriculares para atenuar la molestia. Casi no podía hablársele durante la cena de Nochebuena, porque no oía. Cerca de las doce, entraba a la casa de mis abuelos, cerraba las puertas y persianas que daban a la galería y ponía jazz a todo volumen, hasta que pasaran los estruendos. Mi abuela Ali siempre contaba que, cuando le tocó hacer el servicio militar, tuvo la mala suerte de que le tocara en artillería. A mi abuela, que tenía el mismo sentido del humor que Grillo y una inteligencia y agudeza mental muy parecidas, le resultaba de lo más gracioso. Ella también me contó que le decían Grillo porque, ya de chico, no dormía, por quedarse leyendo hasta bien entrada la madrugada.

Una vez lo invitó a su amigo Borges, quien se quedó en la Hostería Din Don. Fue exclusivamente para firmar libros en El Grillo. De esa ocasión recuerdo una anécdota que Grillo siempre contaba: cuando le preguntaron qué tal había sido su estadía en la Hostería Din Don, Borges había contestado: “Bien, pero el agua caliente sale con escrúpulos”.

Durante muchísimos años, Grillo llevó adelante un afamado taller literario que formó a muchos escritores. Quienes asistieron a su taller, hablan de la generosidad y humildad con que lo dictaba, de su humor, de su enorme bagaje cultural y aguda inteligencia. Sólo publicó un libro, Develaciones, sobre la relación entre la literatura de Borges y Adrogué, lugar donde se conocieron mientras esperaban el tren. Allí iniciaron una entrañable amistad, que duró mientras Borges vivió: solían salir a caminar por Buenos Aires y almorzaban juntos todos los sábados. Esto no es algo que él contara jamás, es una parte de la historia de Grillo que he leído o escuchado de otras personas, porque no era un hombre propenso a hablar de sí mismo, lo caracterizaba un muy bajo perfil, a pesar de ser alguien que nunca pasaba desapercibido. Supe, hace poco, que, en algún momento, desistió de publicar nada,

Una de las últimas veces que lo vi, yo estaba veraneando también en Valeria, en un departamento en El Horizontal. Pasé a saludarlo y a preguntarle si necesitaba algo del supermercado. Aceptó sin dudar, pues tenía espíritu ermitaño. Recuerdo que estaba escuchando flamenco. Cuando volví con su compra, me ofreció una copita de absenta. Le dije que nunca había probado, pero que sabía lo que era: la famosa bebida a la que se aficionaron tantísimos artistas europeos a finales del siglo XIX, que tiene supuestas propiedades alucinógenas. Me miró mientras me explicaba que había que tomarlo de un trago, como el tequila, sus ojos sonrientes vieron mi gesto de sorpresa: el trago, prácticamente se evaporó en mi paladar, tan alta es su graduación alcohólica. Recuerdo un gusto cargado de anís. Luego hablamos un rato de música, del trabajo que estaba haciendo (creo recordar que era una traducción al español de una obra de Shakespeare), me despedí y seguí con mi día de playa.

En octubre se cumplieron 14 años de su partida. Encontré la fecha casualmente, mientras buscaba información sobre él. Elijo recordarlo en la terracita del balneario Las Tejas, compartiendo unas rabas con clericó, conversando animadamente y riendo a carcajadas con mis abuelos y tíos abuelos, cerca del Océano.

 

Texto (inédito): Magdalena Erbiti

Imagen Félix della Paolera: Gentileza Familia Ansaldo

Especial para el taller de edición

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos