Se cumplen los vaticinios de las cartas y todos los
manifiestos de luna nueva comienzan a materializarse en realidades muy
parecidas a lo imaginado. El entorno comienza a comportarse como un mago que
trae lo necesario para el regazo. Comienza a develarse un deseo, las certezas se
vuelven laxas, plásticas, maleables en lo sutil. Un aroma, un pájaro, un
número, son señales inequívocas del devenir de las cosas cotidianas,
confirmaciones de lo que se gesta en la profundidad abismal del inconsciente
propio y el colectivo.
En mi mente, muevo hilos invisibles, como araña que teje en
los rincones oscuros y frescos de las galerías, en verano. Con suave intención,
con el impulso lento de una tarea que se realiza sin conocer el resultado
acabado, confío en una parte de mí que sabe mejor que este yo que respira,
come, se interroga. Esa parte de mí se mueve sonriente, segura, teniendo
en cuenta todas las variables o, simplemente, haciendo caso omiso de ellas,
pues sabe que los obstáculos aparentes no son más que rampas, toboganes, hamacas
que elevan potencialmente a lo alto y proporcionan una visión aún más completa
de lo que necesita hacerse.
Allí, la araña es reina tramoyista, cuidando la escena para
todos los actores participantes, proporcionando sostén, capricho, amor,
experiencias necesarias para la evolución del conjunto.
Me pregunto qué realidades soñaré mañana, para reconocer
este plano finito e infinito, profundo, inabarcable. ¿Podré escapar de
las cárceles mentales que me piensan limitada? ¿Seré capaz de soñar para otros,
para todos? ¿Alcanza con lo que traigo para dar? Quiero creer que la respuesta
está en la propia pregunta. Retengo con todas mis fuerzas la convicción de que
es posible sintonizar con lo mejor de esta dimensión que habitamos, para
plasmar en la materia la más rica de las experiencias posibles.
Texto (inédito): Magdalena Erbiti
Imagen (inédita): LVP
Especial para el taller de edición
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos
