domingo, 26 de octubre de 2025

Las visitas


                                           

Volviendo al domingo, ese domingo feriado de celebración. En realidad, quería escribir otra cosa, pero me fui por las ramas. Ese día se acercaron dos niñas, mientras acomodaba las flores en los dos floreros. Las veía jugar, correr y reír de un lado al otro y de vez en cuando paraban a leer o mirar las tumbas. Se acercaron a la fila de adelante y se quedaron mirando. Sentí que me querían decir algo y no se animaban. Esperé un ratito, las miré, las saludé y les pregunté: “¿me quieren decir algo?”. Me saludaron y me respondieron apuradas:“¿quién está ahí?”,señalando la tumba de mi hija.¿Acá?”, le pregunté, señalando con mi dedo índice la tierra. “¿Quién está ahí?”, repitió la más grande, pero su dedo no apuntaba del todo hacia abajo, ni tampoco hacia arriba. Repetimos varias veces las mismas preguntas y respuestas con nuestros dedos índice señalando. No sabía bien qué o, más bien, cómo responder. Entonces recordé que a los niños les cuesta menos que a los adultos decir y recibir la verdad (eso lo aprendí de Nur y sus amigos). Finalmente respondí: “mi hija”. No se sorprendieron, casi como si lo hubiesen sabido y yo solo se los confirmara.

 Me preguntaron su nombre: “Nur Maryam”, les dije. Me dijeron sus nombres, quisiera recordarlos. Me preguntaron la edad de Nur: “casi 6”, les dije. La mayor se apuró a responder: “¡yo tengo 6!” Y la menor dijo: “¡y yo tengo 4!”. Me preguntaron qué le pasó. Entonces les conté que tuvo una enfermedad. Se apuraron a responder, hablando las dos: “¡yo tuve fiebre!”,“¡y yo conjuntivitis!”, “¡una vez tuve gripe y mucha fiebre!”, “mi abuelito también se murió y hoy lo estamos visitando”. Hablaban rápido, con los ojos bien abiertos. No recuerdo bien qué les dije, pero de alguna manera intenté explicarles que lo que le pasó a Nur era distinto a todo eso, que era algo muy raro, que no suele pasar, que tampoco era contagioso, les dije que no se preocuparan. Entendieron, creo.

Mientras hablábamos, yo seguía con mi tarea de las flores. La mayor me dijo: “no te preocupes, no estás sola”, y volvió a señalar con su dedito. “Ella está ahí, al lado tuyo, viendo cómo cambias las flores”. Inmediatamente mis ojos se llenaron de lágrimas. Las lágrimas de Nur no entran en los ojos, cuando se activan, caen, desbordan, riegan. Las niñas siguieron corriendo y fueron con su familia a la tumba de su abuelo. Yo lloré un rato más, sonriendo a la vez, sintiéndola muy cerca, imaginando que quizás ellas la veían y yo no.

Cuando lloro así, mi exhalación se transforma en “u”…“huuuuu”…“Allah Hu”. Recé y agradecí por la hermosa y maravillosa hija que Dios me dio. Al rato, las niñas volvieron y me hicieron las mismas preguntas. El recuerdo es confuso, pero creo que repetimos casi el mismo diálogo, esta vez sin lágrimas. Luego vino su familia, me saludaron, nos sonreímos, ellos se fueron, yo me quedé un ratito más hasta terminar de llenar los floreros con flores nuevas.

 

Texto y fotos (inéditos): Julieta Brotsky

Especial para el taller de edición

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos